Como todos los días, me tomo el tiempo de revisar mis redes sociales; siempre con el afán de enterarme de lo que pasa en mi mundo, de lo que estos espacios ofrecen a partir de mis gustos y preferencias de navegación. El algoritmo pone frente a mis ojos sólo temas de interés. ¡Qué afortunado hallazgo: “Estróbilos rodantes”!
Primero me atrapó el nombre, luego la perfecta ilustración y ejecución de la invitación de participar como escritor independiente sobre variopintos estilos de redacción; pero mi mente curiosa quiso suponer la razón de este único nombre.
Mi mundo particular, al encontrarse con la ilustración del fruto del pino que tantos buenos recuerdos me traen a mi memoria, me llevó a mi primera infancia, donde tomada de la mano de mi abuela, paseábamos en las calles de San Salvador y a manera de juego ella me invitaba a conectarme con la naturaleza. Recuerdo vívidamente el olor a pino, la textura de las ramitas de pino que pisaban nuestros pies y la certera invitación a que recogiéramos las “piñas de pino” –les nombraba ella–. Teniendo ya, fruto de nuestros asiduos recorridos, una cantidad nada despreciable de éstas, en alguna navidad, allá por los años 70’s, en un día de esos que invitan a un solaz esparcimiento, acompañadas de la presencia de las mentadas “piñas de pino”, de algún modo mi progenitora y mi abuela coincidieron en hacer un lindísimo arreglo navideño compuesto por tubos de cartón que fueron forrados con papel alusivo a la época, imitando en su forma a una vela gigante, la cual fue coronada por un foco coqueto emulando la llama, y siendo adornado en su base por las “piñas de pino”. Tan genial fue la mezcla de todos esos elementos que las vecinas y amigas de mi abuela fueron hechizadas y pidieron que se les construyera uno para adornar sus hogares también. ¡Un emprendimiento!, eso fue lo que ellas hicieron, pero ese término en esos lejanos tiempos aún no estaba ni acuñado, ni de moda.
En aquellos años, las “piñas de pino”, estaban estampadas en papel para forrar regalos, impresos en camisas masculinas, en escudos que correspondían a militares y familias europeas; había frascos de perfume con esa forma, aparecían en las ilustraciones de los cuentos infantiles…y muchos años después (2024), ya encaminados sobre el nuevo siglo, me tropiezo con “Estróbilos Rodantes”. En primera –la capté rápido–, el nombre científico de las “piñas de pino”, y luego acompañado del adjetivo en plural “rodantes”, una certera combinación que lleva a la invitación de hacer que los Estróbilos no sean estáticos, que de la mano de la imaginación se transformen en lo que se nos dé la gana. “Estróbilos Rodantes”, por sí mismo, ya se sabe que tiene que ver con la imaginación, con la fantasía, con las ideas, con el infinito mundo de la creatividad.
Confiemos que Estróbilos Rodantes, de pie a constituirse en una ventana al mundo de todos esos genios literarios que el terruño tiene escondidos en sus esquinas (que no sólo se diga de los autores del pasado siglo), hagan salir a la luz a las nuevas mentes, las nuevas formas de decir el amor, la ilusión, la visión juvenil, las experiencias de la vida, el optimismo, el desencanto, las canas, el dolor, la muerte, la luz y la oscuridad del ser humano.
Me queda la inquietud de saber de dónde nació “Estróbilos Rodantes”, no sería de extrañar que fuera fruto de un tropiezo cotidiano, como cuando Benjamín Franklin con una cometa ayudó a alumbrar el mundo.
¡Enhorabuena, Estróbilos Rodantes!

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