I
Voy a decir lo mucho que te quiero,
que con ansias deseo poseerte,
que mis manos quisieran recorrerte
hasta que expire el último lucero.
Voy a decir, amor, que por ti muero,
que mi vida daría por tenerte,
que quisiera en mis tierras ofrecerte
completo el paraíso, el cielo entero.
Pero tengo pavor de confesarte
lo que guardo en el pecho contenido,
lo que siente mi alma enamorada.
Prefiero sin que sepas bien amarte,
condeno este amor puro al cruel olvido;
el silencio es mi cárcel obstinada.
V
En mi garganta el grito confinado,
en lo hondo de la gruta contenido,
quiere ser de la voz, dulce sonido,
y escapar del encierro desolado.
Grito sordo, sin eco, esclavizado
con palabras que guarda el pecho herido,
que se pierden, amor, en el olvido,
y vuelven el dolor más prolongado.
La palabra sonora se enmudece,
el grito sube, mengua, desvanece,
regresa como torre, como espada.
El intento del grito desfallece,
y si nace en mis labios la callada:
el silencio es la sombra enamorada.
VI
La tarde me parece diferente,
huele a pena, a nostalgia y a olvido;
y en mi vida no hay rumbo ni sentido,
tan solo este vagar entre la gente.
El amor apagó su llama ardiente,
el encanto fue en polvo convertido,
naufragó nuestro barco en río hundido
y nada rescaté de la corriente.
De la palabra, amor, que prometiste,
no pude rescatar su voz ilesa,
tan sólo este dolor que voy tejiendo.
De la breve quimera que me diste,
tan sólo me acompaña la tristeza
que visto en soledad por todo atuendo.
VII
Me encanta ver la clara luz del día,
respirar, respirar el aire puro,
sembrar en tierra fértil el futuro,
convertir tu tristeza en alegría.
Me encanta el colibrí, la lozanía,
la llama del ardiente fuego oscuro,
sentirte en mi regazo tan seguro,
navegar en tu quieta geografía.
Ojalá que la vida no acabara
y que la muerte ingrata no viniera
a segar la ilusión que voy viviendo.
De este mundo una línea me separa
y sé que en esta negra primavera
por esta ruta larga voy partiendo.
VIII
Soy tuya, toda tuya. Pertenezco
a ti, y es tuyo mi jardín florido,
el recuerdo del beso, lo vivido
y el fruto dulce que sin fin te ofrezco.
Soy tuya, toda tuya. Te florezco.
Soy la luz y en tu pecho soy latido,
soy tu fuego, tu mar enfurecido.
Tú, mi dicha, el tormento que padezco.
No me dejes ser libre te lo ruego,
mantenme en tu recinto —edén sagrado—,
bebiendo de tu néctar derramado,
ardiendo con la llama de tu fuego,
que no quiero partir con luz cegada
hacia la libertad más desolada.
IX
Mi paraíso se volvió desierto,
mi recinto quedó deshabitado,
mi cielo, sin estrellas, desolado,
y en mi pecho el dolor tenaz y cierto.
Amargo llanto en corazón abierto,
sin tu piel, sin tu beso saboreado,
sin tu voz, sin tu abrazo eternizado;
con la esperanza del regreso incierto.
Vagando voy en esta noche oscura,
pensando en el ayer, en lo vivido,
negándome a perder lo ya perdido.
No quise de tu ausencia su amargura,
condené dulces besos al olvido,
desterré de mi voz a la dulzura.
XI
Caminé presurosa hasta tu puerta,
descalza sobre ardiente brasa viva,
apagarla intenté con mi saliva,
mas fue inútil menguar la brasa cierta.
Amarga quemadura, llaga abierta,
que en la brasa quemante vas cautiva.
Me das tu cruel sevicia, tan altiva,
vigilando mis pasos vas alerta.
Llegué a tu puerta: herida, muy cansada,
desnuda, sin vestido, sin mi sombra,
sin la voz delirante que te nombra.
En vano fue la ardiente llamarada,
tan sólo me quedó su quemadura;
descarté la bondad y la cordura.
XIII
¿Cuánto tiempo podré vivir sin verte?
¿Cuánto tiempo esperando tu regreso?
¿Cuánto tiempo mi amor cautivo y preso
sin poder con mis manos recorrerte?
¿Cuánto tiempo sin darte ni ofrecerte
de mi jardín su fruto, dulce beso?
¿Cuánto tiempo callando el canto ileso?
¿Cuánto tiempo sufriendo por tenerte?
Ya no quiero esperar porque es en vano,
inútil esperar lo que yo espero
si el día se divisa más lejano.
La vida pasa y poco a poco muero,
muero de sed sobre esta piedra dura
y en la fría extensión de esta tortura.

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